En algunos escenarios se habla de un «regreso a la guerra fría». En otros se advierte sobre posibles descuidos que pudieran llevar al mundo al apocalipsis.
Las noticias alarmantes «llueven»: El ejército de Estados Unidos construirá el arma láser más poderosa del mundo. Según la revista New Scientist, se trata de una tecnología un millón de veces más potente que los sistemas actuales. Funciona disparando un rayo continuo hasta que el objetivo se incendia o se derrite.
La CNN dio cuenta de que las Fuerzas Armadas de EE. UU. desplegaron un arma nuclear de baja potencia, lanzada por submarinos, considerada por el Pentágono como fundamental para contrarrestar la amenaza del arsenal de armas nucleares tácticas de Rusia.
Hace poco más de dos meses dejó la Casa Blanca un Donald Trump que se propuso acabar con la multilateralidad, rompió pactos y programas muy necesarios para la paz y la convivencia humana. Tanto a Rusia como a China las convirtió en blancos de sus más infundadas acusaciones, con una política de sanciones irracionales que, incluso, negó toda cooperación contra la COVID-19.
La nueva administración de Joe Biden, hasta ahora, no ha variado la política de su antecesor. Mantiene las sanciones, y solo algunos pasos tenues maquillan su postura, como la reciente reunión de alto nivel con China, en Alaska, donde se propusieron «evitar conflictos y malentendidos, y confiaron en seguir dialogando».
La Cancillería rusa, mediante su portavoz, María Zajárova, desmintió al secretario general de la otan, Jens Stoltenberg, quien afirmó que «la alianza lamenta que no se haya celebrado ni una sola reunión del Consejo Rusia-otan desde el verano de 2019», porque, según él, la parte rusa no accedió a la invitación. La vocera dijo que Moscú estuvo de acuerdo con participar en una conversación sustantiva, «sin entrar en una historia de relaciones públicas politizadas, por la que nuestros socios occidentales son tan famosos». Aseguró que se propuso establecer un diálogo entre expertos, con la participación de militares, y advirtió que esa propuesta «está sobre la mesa del señor Stoltenberg».
Lo que realmente ha ocurrido es la preparación de ejercicios amenazantes a gran escala, de fuerzas de la OTAN en los mares cercanos a Rusia, con 18 buques de guerra de ese bloque, diez aviones y 2 400 soldados, listos para comenzar esas prácticas multinacionales, denominadas Sea Shield-21, en el mar Negro.
Por eso no extrañó que Rusia pusiera en alerta a sus submarinos de la Flota del Mar Negro, ni que haya tenido que erogar recursos y esfuerzos en armar su defensa.
De ahí que, en su concepción defensiva, pues no ha amenazado a territorio nacional alguno, ni en su continente ni en ningún otro confín de la Tierra, se haya fortalecido con un poderoso y moderno armamento en los últimos años.
Aerodeslizador de clase Borá, con ocho misiles Mosquito guiados y 20 antiaéreos, con velocidad de 100 km/h; sistema Pántsir-S1, de 12 misiles tierra-aire y dos cañones calibre 30 mm; submarino Novorossiysk, prácticamente invisible; avión caza polivalente Mig-35; sistema de misiles BUK-2, diseñado para derribar misiles cruceros, bombas inteligentes y otros medios; sistema de misiles balísticos intercontinentales, rs-24 Yars, equipado con ojivas termonucleares, y autoguiadas con un rango de 16 000 kilómetros; el bombardero estratégico Túpolev TU-160, el mayor avión de combate supersónico del mundo, y el sistema de misiles S-300, que puede acabar con seis objetivos al mismo tiempo, contando con 12 misiles para cada uno, entre otros componentes de su entramado defensivo.
China ha hecho lo mismo. «Como resultado de la estrategia multidimensional de adquisición de tecnología, el Ejército de Liberación Popular chino está a punto de desplegar algunos de los sistemas de armamento más modernos del mundo. En algunos casos ya es líder», señala un informe de la propia Agencia de Inteligencia de Defensa de ee. uu.
Su defensa es tema obligado para ese gran país, tanto, que el mismísimo presidente Biden, a menos de una semana de la cita en Alaska, propuso, en una conversación con el primer ministro británico Boris Johnson, una alternativa al proyecto de la Ruta de la Seda, puesta en marcha por la nación asiática en 2013. «Sugerí que deberíamos tener, esencialmente, una iniciativa similar, partiendo de (la participación en esta de) los Estados democráticos, colaborando con las comunidades de todo el mundo que, de hecho, necesitan ayuda», comentó Biden.
Lo que sucede es que la iniciativa china es un enorme proyecto comercial, para conectar Europa, Asia del Sur y Oriental, Asia Central, Oriente Medio y América Latina. Tiene como objetivo la reconstrucción de la antigua Ruta de la Seda y la creación de una marítima paralela, con la participación de más de cien países, que cuentan con más del 75 % de las reservas energéticas del mundo, y representan el 40 % del pib mundial. Se sostiene sobre pilares como la comunicación política, la circulación monetaria, el respeto mutuo entre los pueblos y la conectividad vital.
La reconfiguración de las hegemonías es evidente, mientras la paz sigue amenazada por el pulso de poderes.