Aún con la voz tenue y la mirada lejana, el minero Abel Cabrera Santana recuerda aquellos días lúgubres cuando la COVID-19 invadió su vida y la de su familia.
Padecí de un virus muy agresivo, estuve con fiebre por alrededor de quince días, sentí que me iba. Era una fiebre que duraba día y noche. Tomaba dipirona, cada seis horas, para controlar un poco la temperatura. Gracias a Dios estoy aquí, se lo pedí mucho en oraciones.
Dejé de comer, miraba los alimentos en la bandeja que me daban en el centro de aislamiento de Río del Medio, pero no podía. Me daban un medicamento que se nombra eritromicina, les dije a los médicos que me inyectaran con interferón y entonces comencé a mejorar, parece que se llevó al virus.
Seguí sin comer, pero las personas, los amigos me alentaban mucho, me llamaban por teléfono. Un día llegó un amigo mío y le dije que tenía deseos de comerme dos huevos hervidos y me los trajo. A lo único que le sentí el sabor fue a los huevos y el apetito se me abrió un poco.
También me preocupaba mucho mi familia, pero ellos estaban bastante bien, no tuvieron mayores complicaciones. A ellos les dieron de alta, yo seguí en el centro de aislamiento con mi plan de antibiótico hasta que también salí.
Cuando llegué a Minas me hicieron una placa, aparecieron varias lesiones en el pulmón. El amoxicillin que me indicaron no aparecía por ningún lugar, pero las personas comenzaron a ayudarme, con uno por aquí, dos por allá y pude reunir una cantidad apropiada.
Después llegó el insomnio, no podía dormir en mi casa, parece que el virus ataca el cerebro, pero me pusieron un plan y logré nivelar, y ahí voy, estoy mejorando poco a poco.
Agradezco a todos los jóvenes que me llevaban la comida a la cabañita, a los médicos y enfermeros, los recuerdo con mucho cariño
El joven Abel Cabrera Santana, administrador de la panadería Minas, regresa ahora de forma paulatina a sus labores cotidianas. La vida comienza a resucitar ante sus ojos.