El intercambio epistolar entre Dulce María Loynaz e intelectuales de Cuba y el mundo, quedó plasmado para siempre en el libro Cartas que no se extraviaron. Un volumen dividido en dos partes a disposición de los lectores en la biblioteca pública de Minas de Matahambre.
La primera abarca la década (1932-1942), consta de 45 misivas dirigidas a personas que formaron parte de la intelectualidad cubana de la época. En su mayoría escritores relevantes como: José María Chacón y Calvo, Juan Ramón Jiménez, Emilio Ballagas, entre otros, que constituyen en sí un patrimonio literario.
La segunda parte del volumen, recoge 47 cartas enviadas al periodista e investigador pinareño Aldo Martínez Malo, encargado de rescatar del silencio a la creadora de la novela Jardín.
En el libro es perceptible la altísima sensibilidad de la cubana. Le diría a Aldo en una de las misivas:
«Querido Amigo ¡qué paredes de agua nos separan! Y yo pensando en usted, en ustedes, en mi bella provincia, doblado sus pinares por los mil un ciclones de la isla»
Cada una de las misivas muestran la profunda imaginación de la habanera, sus valores y convicciones. Dulce María enseña las tristezas, frustraciones y anhelos de una mujer irrepetible, una poetisa imposible de alcanzar desde razonamientos simplistas.
Al referirse a José Martí le explicaría a Aldo.
«Martí tuvo que atender a muchas y diversas urgencias, pero todas, creo que absolutamente todas, estaban relacionadas de una u otra forma con el ideal único. No creo que permitiera ninguna injerencia bastarda, siquiera ejena a la meta que había tenido la fuerza de voluntad para trazar. Y para conquistarla, incluso con su muerte».
El libro Cartas que no se extraviaron es un encuentro con el alma genuina de la premio Cervantes. No dejes de leerlo.