Para quienes nunca hemos estado en una guerra nos es difícil imaginar siquiera lo terrible que debe ser un enfrentamiento bélico.
Tendríamos que tratar de intuirlo a partir de multiplicar muchas veces en nuestra imaginación el ruido que provoca ese disparo de entrenamiento que sí todo cubano y cubana en edad adulta ha hecho más o menos alguna vez.
Pero es fácil suponer que una guerra no admitiría ninguna comparación, por lo cruel e inhumano que resulta, con las prácticas militares que en la Isla realizamos como parte de la preparación para la defensa, única manera tratar de evitar que alguna vez un poder demente e imperial se atreva a concebir y ejecutar una agresión armada contra nuestro país, bajo cualquier pretexto, comenta para Haciendo Radio, el periodista Francisco Rodríguez Cruz.
Esa convicción hace tan importante esa etiqueta de #CubaPorLaPaz que tanto vemos y utilizamos por estos días en las redes sociales de Internet, cuando en varias zonas del planeta desgraciadamente hay países que viven esa incertidumbre y dolor de las confrontaciones armadas, o se producen provocaciones y forcejeos geopolíticos entre potencias nucleares, en una especie de peligroso remake de la guerra fría.
Se trata de una triste realidad que no debemos ignorar, aunque seamos parte de esas varias generaciones que hoy vivimos en Cuba sin que nunca hayamos conocido de cerca una guerra — y que tampoco querríamos conocerla—, gracias a que nuestros pa
Porque paradójicamente a nuestra vocación de pueblo pacifista, o precisamente por ello, los cubanos y las cubanas hemos tenido que pelear con las armas, y muy duro, a lo largo de toda la historia.
El propio surgimiento de la nación estuvo estrechamente vinculado con el inicio de nuestras contiendas para conquistar la independencia del dominio colonial español.
Esa dolorosa contradicción que nos obligó a combatir con las armas para poder cumplir con los anhelos libertarios de sucesivas generaciones, está plasmada en el pensamiento de muchos intelectuales y patriotas en los últimos tres siglos. Entre ellos descuella aquel proyecto de república amante de la paz que diseñó José Martí, al tiempo que concebía una guerra breve, necesaria y sin odios estériles, para alcanzar la independencia.
Esa es nuestra idiosincrasia, la de un pueblo que nunca agredió a otro, que nunca concibió o participó en guerras con dobles intenciones de dominio, conquista o control de determinados recursos naturales o financieros, para enriquecerse a costa de la sangre y la violencia sobre los demás, y que solo aspira a que lo dejen construir su presente y futuro sin injerencias, ni bloqueos, ni subversión.
Al abogar por la paz para Cuba y en el ámbito internacional, cumplimos además con el legado de Fidel, quien hasta el final de su existencia nos advirtió sobre los peligros bélicos contemporáneos y del papel que puede desempeñar nuestra pequeña Isla, en alertar, insistir, prever, avizorar un mundo distinto, donde la guerra no sea la manera extrema de solucionar los conflictos de un orden económico global capitalista, prácticamente agotado ya en sus posibilidades de hacer viable la existencia en el planeta.
La posición de Cuba y de una Revolución que nos dio paz a las generaciones actuales, no es ni será nunca amedrentar ni asustar a nadie, y mucho menos ser pesimistas con respecto al porvenir, pues precisamente por un futuro mejor es que hemos luchado y resistido a las agresiones de los gobiernos de los Estados Unidos por más de 60 años. Se trata entonces de mantenernos informados, conocer, indagar, profundizar y prepararnos para lo que podría constituir un cambio radical en el modo que se recomponen las fuerzas en el mundo actual.
Estoy seguro de que la mayoría de los cubanos lucharemos siempre con las ideas, y hasta con las armas si fuera necesario, por la paz; con el propósito de que nunca veamos multiplicado hasta el infinito, en una guerra cruenta dentro o fuera de nuestras fronteras, el sonido de ese disparo aislado que hacemos en nuestra cotidiana preparación militar. De eso se trata.