Cual escultor que da forma a la piedra, el maestro moldea personalidades, dotando de conocimientos, voluntad e ideas propias a sus pupilos.
Aportándoles un bagaje cultural que les ayudará a desenvolverse y comprender, cada vez mejor el mundo que los rodea.
Así estos forjadores de hombres y mujeres regalan sabiduría y buenas maneras que nacen del ejemplo personal y un actuar consecuente, tanto dentro del aula como fuera de ella.
Tan alto es el prestigio del maestro que suele nombrársele como fuente imposible de refutar ante cualquier discusión, su palabra es ley:
También solemos recurrir a ellos en busca de consejos, pues damos por sentado que tienen la respuesta a todo problema, no importa si es sobre una materia escolar o algún amorío: el maestro debe saber.
Por ello, no es nada raro escuchar entre los más pequeños el deseo generalizado de convertirse en educadores una vez que crezcan.
Pasan los años y con ellos quizás la orientación vocacional cambie, sin embargo el sentido de responsabilidad, la preparación constante, esa capacidad para hacerse entender y el respeto que infunde a los demás el buen maestro, permanecen como metas invariables a conseguir.
Nada importa, si con el paso de los años nos convertimos en médicos, ingenieros, abogados, optamos por una carrera militar o simplemente aprendemos un oficio, siempre será aquel que bien nos enseñó un paradigma a imitar, porque el maestro, es forjador de personalidades.
