Los meses de la pandemia parecen interminables en Minas de Matahambre, sin embargo una luz sigue viva en el corazón de todos. Las personas con sus nasobucos caminan desde bien temprano a las empresas, talleres textiles, centros de despalillos y beneficio del tabaco. Los espera el compromiso con la Patria.
Aportar a la producción es decisivo, evitar que el país retroceda en el escenario económico aun cuando la COVID-19 asecha, a toda hora.
También el campesinado abre nuevos surcos después de las lluvias dejadas por el mal tiempo, hombres y mujeres decididos a enfrentar las adversidades. No existe el miedo en los ojos, ellos saben que de la tierra nacerá los alimentos que tantos niños y ancianos aguardan.
A pesar de la escasez impuesta por el imperio del norte, las mujeres en casa se las ingenian para hacer que el hogar parezca más hermoso, procuran que la armonía pueda ser una verdad y no una utopía rota por la ansiedad.
Los mineros de este tiempo esperan el amanecer de la vacuna que los inmunizará contra el maldito coronavirus. Confían en el talento de los científicos de esta isla, descansan en el pecho de la Revolución.
Los jóvenes estudian para enfrentar exámenes de ingresos que les abra las puertas a la universidad. Los adultos mayores aguardan por mensajeros que les facilitarán medicamentos y otros bienes, una forma de protegerlos contra el contagio que avanza por las calles.
Los moradores de estas montañas no entienden de agotamiento, aprenden cada jornada a resistir los reveses más impensables. Nada podrá detener la marcha. El camino empedrado es dibujado de otro color, por la voluntad de un pueblo en la búsqueda de la esperanza.
Cuando la pandemia ya no exista, quedará entonces el coraje más cabal, de los que no renunciaron a tejer la vida desde la paciencia y el esfuerzo.