Horas antes de caer las cortinas de los Juegos Olímpicos de Tokio, la Isla inscribía otro campeón, ponía un sello de oro con los puños de Andy Cruz, y saltaba dos peldaños para brillar ante el mundo, desde el lugar 14.
«Catorce entre más de 200 delegaciones. Es inmenso el orgullo que sentimos por nuestros deportistas y la obra impulsada por Fidel», celebró en Twitter el Primer Secretario del Comité Central del Partido y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez. «En días como hoy reafirmo la convicción de que nada es imposible para la Patria. ¡Seguiremos ganando!».
La bloqueada con saña; la Numancia de la actualidad; el punto negro en el mapa expansionista de EE. UU.; la atacada hasta el delirio por imperialistas, por siervos anexionistas, por cubanoamericanos de retórica sangrienta a favor de una invasión a su propio país, por «confundidos», por cobardes y tontos útiles a la Casa Blanca, que pululan en el escenario digital, ha demostrado otra vez al planeta que no es un «Estado fallido», sino un archipiélago de gigantes, incomparable.
En vez de encontrarse en listas manipuladas, deshonestas, Cuba –de existir justicia en un mundo que parece perderla entre las aviesas decisiones y mentiras continuadas de los poderosos– debía ocupar las que exaltan a los pueblos que resisten y triunfan.
Los atletas antillanos han situado al país, nuevamente, en la vanguardia de la élite olímpica; a pesar de una pandemia atroz que ha dañado sensiblemente la economía nacional y que les limitó drásticamente el fogueo internacional.
La aspiración de la delegación cubana de ubicarse entre las primeras 20 naciones en el medallero de los Juegos, era un inmenso desafío, lo que se dice una quimera, pero se cumplió con creces.
Con siete medallas de oro, tres de plata y cinco de bronce, 15 preseas en total, Cuba se superó a sí misma, y ubicada por delante de naciones potencias, confirmó en Tokio el éxito del fomento del deporte masivo, voluntad política de la Revolución, propulsada por Fidel.
La nación expresa, ante los ojos del mundo, otra de sus grandes conquistas sociales: el deporte revolucionario al servicio de todos: de blancos, de negros, posible en los barrios más solventes y en los menos favorecidos; el deporte como posibilidad real de superación del ser humano, al alcance de toda una sociedad.
Orgullo, infinito orgullo nos abraza a quienes amamos y no odiamos, en este minuto de gloria para la Patria, para los nuestros. Lo conseguido en los Juegos Olímpicos de Tokio es una heroicidad, pero también es consecuencia de lo que somos y defendemos: Cuba siempre en Revolución.