Modificar la conducta humana y lograr que el individuo actúe de forma consciente y espontánea es una larga y difícil tarea en la que están responsabilizadas la escuela, familia y la sociedad en su conjunto.
Lograr que las reglas de comportamiento sean asimiladas por nuestros niños y jóvenes al tiempo que se cultive en ellos sentimientos, necesidades y aspiraciones, representa un reto para quienes tienen el alto compromiso de contribuir a su formación íntegra. De ahí que, por encima de todo, deberá prevalecer el ejemplo.
Si un profesor no es capaz de saludar amablemente a sus alumnos, cuando llega por las mañanas a la escuela, no logrará que ellos lo hagan. Igual sucede, si en vez de hablarles en un tono moderado de voz, les lanzas gritos.
En el hogar ocurre otro tanto. Hay que rodear al niño de patrones positivos propiciando así la repetición y la persuasión a seguir el modelo de comportamiento.
Sucede lo mismo en las instituciones. Desde la edad preescolar, en los círculos infantiles se trabaja con las niñas y niños durante todo el proceso educativo, desde que arriban al centro.
En el momento de la alimentación se les enseña a dar las gracias a las maestras que los atienden y a pedir permiso siempre que van a caminar entre dos personas. Se les imparten temas a la familia, entre los cuales, este ocupa un lugar importante.
La necesidad de revertir la crítica situación de la educación formal es un desafío que enfrenta la sociedad cubana actual, en el que los profesores tienen que asumir distintas estrategias desde una posición revolucionaria.
Se reconoce que hay un incremento de las indisciplinas sociales relacionado con dificultades presentes en el proceso de formación de los hombres y mujeres y que requiere revisar la concepción del trabajo educativo en la escuela, cuáles son las carencias que impulsan a las personas a adoptar posturas inadecuadas generadoras, a su vez de conflictos en las relaciones interpersonales.
Una generación bien educada garantizará una sociedad activa y transformadora.