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Una vida dedicada a la Enfermería

Por Guerrillero
He vivido momentos y experiencias muy duras y bonitas como enfermero, e incluso amargas, pero todas ellas las cargo con orgullo, pues me han hecho el profesional que soy. / Foto: Ariel Torres Amador.

Dicen quienes la practican y ejercen, que la Medicina es la profesión más hermosa del mundo. Y pudiera parecer que tal afirmación no es cierta; sin embargo, al hablar de ella se les iluminan los ojos a todos sus especialistas.

Lo cierto es que la labor de prevenir, curar y salvar vidas es incomparable.

José Benito García Herrera es un enfermero consolareño que por más de 38 años ha dado lo mejor de sí a su carrera y a los habitantes de su pueblo natal y de varios rincones del mundo.

Integrante del contingente médico internacionalista Henry Reeve, ha participado en misiones de gran impacto como el terremoto de Pakistán, el brote epidémico de Ébola en África y otras. De estas misiones, de su vida en general y del porqué se hizo enfermero, recuerda hoy junto a Guerrillero.

EL MUNDO DE LA ENFERMERÍA

“Estudié y me gradué en la escuela vocacional Federico Engels en 1982. Cuando se creó el primer destacamento de Medicina Carlos J. Finlay no pude ingresar y me fui por la rama de la Enfermería, que era lo más parecido.

“Me gradué en el ´84 en San Cristóbal, municipio donde hice la carrera. Posteriormente comencé a trabajar en el hospital León Cuervo Rubio, pues todavía no existía el “Abel Santamaría”. Allí estuve hasta 1986 cuando vine para el municipio de Consolación del Sur y empecé a trabajar en el cuerpo de guardia del hospital 27 de Noviembre”.

Según narra, le aportó mucho laborar en el Sistema Provincial de Salud, ya que en su momento estuvo muy vinculado a la sala F de Medicina, en la cual se trabajaba bien fuerte.

Parte de su formación también la agradece al Cuerpo de Guardia Provincial, que en sus inicios era el único de su tipo en todo el occidente del país.

“Siempre me han gustado las urgencias y las emergencias médicas, porque es una rama en la que hay que tener una agilidad, destreza y preparación superior a lo convencional; se dice que se debe tener un sexto sentido, pues hay que tomar decisiones muy rápidas con cada paciente que presente un cuadro con riesgo real para su vida”.

Fundador del Sistema Integrado de Urgencias Médicas (SIUM) en Consolación, comienza a laborar en el Policlínico Principal de Urgencias (PPU) del propio municipio en el 2005, en el cual rápidamente se hizo del cariño y la admiración de sus pacientes.

“Creo que hice la elección correcta al optar por la Enfermería. A veces pensamos que ser médico lo es todo, pero como enfermero he tenido muchísimas satisfacciones y me he sentido realizado a lo largo de toda mi vida.

“No te niego que han habido tropiezos e insatisfacciones también, pero no se comparan con las alegrías vividas hasta hoy”.

MISIONES INTERNACIONALISTAS…

“He estado en cinco misiones internacionalistas. Durante el terremoto en Pakistán, luego en la República de Venezuela, en Sierra Leona cuando el Ébola, en Guatemala y durante la primera fase de la COVID-19 en México.

De todas ellas, confiesa, Pakistán fue la más dura, pues tanto él como sus compañeros de brigada se enfrentaron durante seis meses a climas adversos con oleadas de nieve fuertes. Según cuenta, en diversas ocasiones quedaron incomunicados.

Con esta primera experiencia aprendió a apreciar mucho más las bondades de salud de nuestro país y no darlas por sentado. Pakistán le enseñó además a valorar la ayuda que brindaba su contingente, representando a Cuba, frente a otra nación que no tenía la capacidad de asimilar situaciones complejas.

“Después en Venezuela las condiciones de trabajo mejoraron bastante, pues era dentro de un centro de Salud, en una terapia con condiciones propias de esa especialidad. No era como en Pakistán, donde estuvimos incluso en casas de campaña.

“Poco después vino la misión que considero como la más bonita y más importante, y de la que mejores recuerdos guardo a pesar de todo el temor, la presión e incertidumbre que nos rodeaba. Hablo de Sierra Leona cuando partimos a hacerle frente al Ébola”.

Al momento de la llegada de la brigada médica cubana, José Benito afirma que morían nueve de cada 10 pacientes, pues a muchos se les dejaba a su suerte, no se hidrataban ni se les aplicaban tratamientos invasivos.

“Nosotros tomamos los riesgos y decidimos incluso aplicar la canalización de venas. Fue la primera vez que nos vestimos con trajes herméticos de protección, e incluso, usamos tres pares de guantes”.

Con orgullo, José Benito recuerda las críticas a la labor de Cuba en África por los enemigos de la Revolución; pero su pecho se ancha al tiempo que explica que al retirarse los contingentes cubanos de África la mortalidad había descendido al 30 por ciento.

“Una de las anécdotas que todavía me desgarra el alma fue la de una familia que tenía 10 descendientes, al comenzar la epidemia fallece el esposo y nueve de los hijos. Solo pudimos salvar a uno de los hijos y la madre.

“Tuvimos que lamentar las muertes de muchos niños, pues llegaban en condiciones deplorables, y era casi que imposible poder arrancárselos a la muerte”.

Durante esa epidemia, narra, su profesión se curtió aún más, y sus sentimientos de altruismo se enriquecieron.

“Durante la preparación en La Habana, en una de las últimas conferencias ya estando a punto de partir, el jefe de la misión y el director del instituto de medicina tropical Pedro Kourí nos dijeron explícitamente que quizás entre el 35 y el 50 por ciento de nosotros no regresaría.

“Tuve que sentarme con mi familia, con mis hijos, y explicarles que a lo mejor moría cumpliendo con mi deber, que podía no regresar. Pero les dije que tenía que ir. Eso fue muy duro”.

Ya en Guatemala era otra realidad, afirma.

José Benito prestó servicios en la localidad de Tierra Blanca, a solo 35 minutos de la frontera con México. Allí tras la inauguración del Centro de Salud Cubano fue que comenzó a haber presencia de galenos.

“Éramos los primeros médicos que veían los pobladores de esa zona, pues jamás ningún otro profesional de nuestra rama de ese país había pisado esa tierra.

“Hay anécdotas que te puedo contar de personas que venían de otros lugares, incluso cruzaban la frontera y llegaban desde el propio México a preguntarnos si nosotros los podíamos atender. Y es ahí donde ves la grandeza y la profesionalidad del personal médico cubano”.

¿Orgulloso?

“Como no estarlo sabiendo la ayuda que hemos brindado, tanto yo como mis compañeros, al mundo y a las personas necesitadas de un servicio médico determinado. Llevar salud a cualquier rincón del planeta y continuar el legado maravilloso de mantener a Cuba saludable, eso no tiene precio.

“En esto hay algo importante y desde cierto punto de vista hermoso. Y es que cuando llegas a otro país, los habitantes del lugar te miran con recelo. Recordemos que trabajamos con campañas de difamación en contra, difundidas por las grandes televisoras imperialistas.

“Sin embargo, cuando empezamos a trabajar y a tratar a los enfermos, ellos se dan cuenta de la diferencia entre nuestro trato y el de sus propios especialistas.

“El cubano siempre te recibe con una sonrisa, te palpa, te pregunta, te reconoce, te toca y entre una cosa y otra te hace un chiste mientras te examina o te hace algún otro examen físico a cuerpo completo. Solo basta romper el hielo y las puertas se te abren en la comunidad donde estás. Sentir eso es algo mágico”. A sus más de 38 años como enfermero de urgencias médicas, José Benito asegura que es una rama muy humana, con muchos retos y sacrificios, pero que definitivamente es una carrera para amar.

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