En fecha reciente tuvieron lugar las elecciones presidenciales en EE.UU., y hace apenas unas horas se produjo la confirmación legal de que, más allá de la incertidumbre creada por la obstinación de Trump en mantenerse en el cargo y de sus reacciones desesperadas, Joe Biden será el nuevo mandatario y tomará posesión el 20 de enero.
Junto al predominio popular y del Colegio Electoral a favor de Biden, existe una tendencia ideológica conservadora, de extrema derecha.
Ello se palpa en el respaldo recibido por Trump con más de 70 millones de votos, seguido por la adhesión a su figura mediante movilizaciones públicas, proclives a la violencia, que se suman a su empeño en aferrarse a la presidencia. Expresiones ideológicas como las referidas han tenido presencia anterior en la historia norteamericana.
En los casos de 2008 y 2012, a causa del triunfo y reelección de Barack Obama, despertó fuertes sentimientos de racismo y nativismo.
Así ganan espacios el Movimiento Vigilante, las Milicias, las Naciones Arias y el Movimiento de Identidad Cristiana, entre otros, que hasta entonces tenían un bajo perfil, a los que se añadió el Tea Party.
En 2016, toman fuerza algunos de ellos, alentados entonces por la victoria de Trump, al sentir el amparo de un presidente que les cobijaba y, en 2020, por la necesidad de defenderle ante la derrota.
Las tendencias de mayor beligerancia florecen en ee. uu. en escenarios de crisis, teniendo un contrapeso no despreciable en otras, con raíces en movimientos sociales, actividades de minorías étnicas y raciales, grupos discriminados por su orientación sexual y los sindicatos. También en un sector del Partido Demócrata, las fuerzas movilizadas por Bernie Sanders, cuando en 2016 y 2020 se proyectó como precandidato de esa organización, encarnando una propuesta autodenominada socialista, que en el entorno estadounidense es calificada «de izquierda», enfrentando, tanto a la tradición política liberal como a los conservadores.
El país norteño se enfrenta hoy a los desafíos y espacios en circunstancias marcadas por una crisis múltiple, que no tendrá soluciones inmediatas ni sencillas, toda vez que incluye los estragos del coronavirus, en una sociedad dividida no solo en términos partidistas o ideológicos, en cuyo estado de ánimo ha calado la cosecha «trumpista».
También están los estremecimientos de la economía, en medio de un clima social convulso, definido por conflictos y contrapuntos en torno a temas en los que confluyen factores espirituales, como la religiosidad y la identidad, que por definición no poseen una connotación política, pero que la adquieren en las contiendas electorales.
Biden obtuvo el triunfo y Trump no consiguió la reelección. La nación está dividida ante un abanico de asuntos: empleo, estabilidad económica, impuestos, inmigrantes, armas de fuego, seguridad ciudadana, violencia, medioambiente, discriminación racial y política exterior.
Con una ideología liberal agotada y un conservadurismo en ascenso, con ribetes fascistas, Biden tiene ante sí conflictos que difícilmente podrá solucionar con acciones como las contenidas en la plataforma demócrata, o con las intenciones planteadas en el discurso que pronunció al conocer su victoria, en el cual expresó que se había postulado para «restaurar el alma de la nación».
Cualquier semejanza con las frases de Trump que prometían situar a «Estados Unidos, primero», y «recuperar la “grandeza” del país», no es simple coincidencia.
El desafío será el de cambiar las cosas, en un marco de decadencia capitalista, logrando que, al cambiarlas, no todo quede igual.