A estas alturas, ¿a quién le quedan dudas de que el objetivo único y final de los enemigos históricos de Cuba es que la Revolución se venga abajo?
A los débiles de principios, a los que se dejan hipnotizar con las luces de neón del capitalismo neoliberal, a aquellos que, en su ignorancia de la historia, no alcanzan a comprender que en la intransigencia de este pueblo ha estado su sobrevida, deberían saber, también, que cualquier concesión, tregua o consentimiento, será simplemente en vano. Nunca estarían conformes con el dedo los que siempre han querido el cuerpo entero.
Nadie, con simples conocimientos de historia, podría creer que serán felices con una mordida los que tanto han soñado con toda la fruta. Es de ilusos suponer que se conformarán con la mitad del premio.
Para la actuación de Cuba, sea cual sea, no habrá aplausos de aquellos que nos odian. En las gradas del Coliseo político donde nos batimos, es difícil cambiar la orientación de los pulgares, quieren el cuerpo sin vida del gladiador, y harán de todo por tratar de conseguirlo.
Los que reclaman cambios políticos, o posturas conciliatorias de la parte cubana, plegada a un diseño extranjero, saben muy bien que esas son piedras para alfombrar el camino final de nuestro socialismo. No caben ingenuidades en tan vital asunto.
En cambio, esos mismos no reconocen el derecho de Cuba a un diálogo respetuoso en igualdad de condiciones, ese que se ha propuesto más de una vez, aun cuando este archipiélago tiene toda la moral del mundo para fijar los términos a quienes lo bloquean de un modo criminal, sin otro argumento cierto que el acto genocida de intentar rendir a un país por hambre, enfermedades y miseria.
Hay muchas cosas que tenemos que cambiar, maneras que corregir, esquemas que romper, caminos que perfeccionar, pero solo bajo el reconocimiento nuestro y por decisión soberana, nunca bajo el dictado de la presión foránea o el chantaje político, pues sería como exponer al riesgo los principios que no son negociables, si es que se quiere mantener la independencia que tanto ha costado conseguir.
Defenderse de tan aviesas intenciones no deja márgenes para tolerancias melosas con aquellos que reciben su paga mercenaria y cumplen la penosa misión de intentar socavar una tranquilidad ciudadana que envidian muchos pueblos.
Ante todos los vientos en su contra, la Revolución, paciente, ha sido capaz de conservar el equilibrio y la mesura; pero cuidado, bien lo dijo el Presidente Díaz-Canel, hay un límite que el enemigo no debiera atreverse a tantear.